viernes, 13 de febrero de 2009

Parecen disfrutar del atardecer en silencio en la terraza.
Es como si su timidez les hubiera pegado la lengua al paladar.
Los sonidos no salen, las miradas no se cruzan y las manos no se rozan. El clima y las noticias eran sus lugares comunes. Sus pensamientos corren a una velocidad digna de la pasión.
Inesperadamente un juego los conecta. Encuentran la excusa para acercarse y tocarse.
La sábana primero en las manos, la sábana luego en los ojos y, al final, en la cabeza.
Al fin nadie me ve, piensa cada uno en silencio en la oscuridad de su lugar.
Caminan a ciegas, riendo y tratando de hacer equilibrio.
Se agarran, se tocan, se sienten.
Se acercan, juegan, se ríen, se acercan.
Se besan.


Que lindo es el viento, me dijiste. De repente la sábana nos envolvió y algo en vos cambió. Tus movimientos fueron más naturales y relajados; menos pensados.
Ese beso duró solo unos segundos, pero fueron suficientes para que el corazón casi se te saliera del pecho. Te saqué la sábana de la cara y te fuiste.
Te ibas con la mirada en el suelo, aunque sonriendo, pero te ibas.



No te entiendo, ni siquiera ahora, después de habernos besado mientras jugábamos.
¿Por qué me buscás si te vas a alejar? No quiero acercarme tampoco. Sólo doy pasos inconclusos con la esperanza de que vos los completes por mí. Busco pequeños gestos. Ese juego en las sábanas me terminó de enfermar. No puedo disfrutar de los momentos en que estamos cerca porque temo por los momentos de lejanía. Me acerco y te vas. Te lloro sin lágrimas. Trato de olvidarte y me enojo conmigo cuando te recuerdo. Sigo mi camino, pero, justo cuando creo que ya no me importás, volvés y me recordás aquello que pensé terminado.
No me mires.

(Piqui)
Esa oscuridad ya no era la misma. Era más oscura aún. Mi madre había muerto.
Un rato pasó. La mano de mi padre se aflojó. Decidí dejarla ir. Aunque lo seguí abrazando.
El silencio no me dejaba dormir. O eran los recuerdos. No importaba. Sólo quería estar con él.

(Piqui)
Cabeza de corcho, asi lo llaman sus amigos. Siempre se le escapan las ideas, claro, si es que las tiene. Alto y lánguido, camina arrastrando sus piernas, mirada dispersa de ojos café. Su vestimenta combina con su estado habitual de distracción, agujeros y bolsillos descosidos, pantalón de corderoy sucio de tanto callejeo. Cuando intenta expresar una idea, un tartamudeo lo invade y se sonroja. Su transpiración lo sonroja aun más y las gotas circulan por su frente invadida de pecas. La nariz rompe con la armonía estética, semejante a un crucero en un pequeña laguna de aguas calmas. Sus dientes merecen especial atención, o mejor dicho la falta de ellos. Sus labios son como lombrices en movimiento.
Es bien sabido que Lorenzo es el hijo menos dotado de la familia Heredia.

(Natalia Lovarvo)
Siempre me pregunté qué dragones nos invaden.
Nos abruma la oscuridad.
Sigo bajo la frazada.
El cuerpo de mi viejo.
Me inquieta.
Una angustia que viene de mis entrañas.
Me sofoca.
Los vidrios se empañaron.
No puedo dormir.
La realidad se vuelve difusa


(Natalia Lovarvo)